La vida se retuerce hasta quedar clavada en la angustia.
Para qué nacer, para qué morir…
La niebla se ha atornillado a la existencia hasta dejarla ciega de callejones.
Destapo la manta y me encuentro con el peso de la nada. Mis costillas se han perdido y no hay nadie que musite canciones cordiales, ni nanas, ni oraciones.
Y el pecho se llena de piedras oblicuas.
Y la respiración se detiene ante un muro lleno de cangrejos, con sus quelas afiladas, que van partiendo los hilos de la marioneta.
Se ríe el mal y sus dientes escupen cianuro y van erigiendo de cemento casas, selvas y océanos.
Y el frío congela los instintos y los vuelve indigentes.
Un cuerpo yace en el asfalto. Esconde su corazón un hilo de luz, tan diminuto,
que lo abarca todo.